tratto da “I Giardini di Ferrante Gorian”
Desde la planificación: Pág. 13.
Una cierta agitación se había extendido en las oficinas de la fábrica de cafés “Goppion: un hombre, no identificado, fue visto en actitud sospechosa rondando por el inmenso jardín delantero. Se movía de una manera incomprensible, parecía más una abeja volando de flor en flor, que una persona con malas intenciones. Fue llamado urgentemente el gerente, que se alarmó, y acudió inmediatamente. Observó en la distancia desde detrás de sus gruesas gafas a este individuo. Súbitamente cambió su expresión y empezó a reír; los empleados, al ver que el dueño se relajó, rápidamente hicieron lo mismo.- “¡Pero si es el arquitecto, el arquitecto Gorian! – ¡todo el mundo tranquilo, todos a sus puestos!”- Había ido ver a sus criaturas…
Este era Ferrante Gorian. Una persona enamorada de su trabajo que nunca perdía la ocasión para actualizarse o para ver si sus “obras” crecían como él había imaginado y planeado o había hecho algo mal. O si los trabajos de mantenimiento, realizados por terceros jardineros, estaban distorsionando su joya. Lo que no es poco común y contra lo que nuestro padre luchó denodadamente. En Italia no había muchas escuelas para la formación de los jardineros y muchos podadores improvisados se ofrecían a la más variada clientela. Así le pasó de ver árboles o arbustos que fueron vaciados por la parte inferior porque el jardinero no podía limpiar debajo de la copa de los mismos, o los podaban todos por igual, dando una imagen en absoluto natural. Naturalidad por encima de todo: ése era el pensamiento dominante de Gorian en el diseño y creación de los jardines.
Pero como sucede a menudo, la idea de jardín que el cliente quiere es un compromiso entre sus ideas y las del diseñador. Pocos confían totalmente el proyecto a un profesional. A menudo, la mentalidad del propietario es creerse un artista y encontrar a la persona que realice su idea de jardín, sin tener conocimientos de botánica, de los viveros, del suelo, del clima, etc. Nuestro padre a menudo convencía a los clientes, especialmente en el periodo de su plena madurez. Desde su experiencia, podía “llevar al cliente de la mano”, inculcarle sus ideas, convencerlo en todas las decisiones a tomar. La fuerza de sus argumentos era tal, que pocos eran capaces de renunciar a sus propuestas.
El arquitecto Gorian solía colaborar con los viveros, y si alguien necesitaba un proyecto para un nuevo jardín o una reforma, los ponían en contacto.
A continuación, realizaba una inspección del área que va a ser diseñada. El resultado era casi siempre una serie de preguntas, para comprender las aspiraciones del cliente y sus necesidades. Se exploraban los límites de la propiedad, se procedía a una evaluación de las perspectivas desde diversos puntos de vista del jardín. Algunas premisas eran fundamentales al proyectar: la creación de un espacio en el jardín que los aislara del entorno; integrar la vista y la vegetación exterior, con el fin de “incorporarlo” a la perspectiva de la propiedad, redondear los bordes, cubrir con plantas los artefactos estéticamente no compatibles con esta “filosofía”, tal como muros de obra, postes de hormigón, aparcamientos, zonas de almacenamiento de herramientas, etc. Y por encima de todo grandes espacios abiertos con césped, sin elementos artificiales, como senderos o caminos que rompieran la homogeneidad del color verde. Nunca plantaba árboles delante de arbustos, las plantas más pequeñas en primer plano, en esta secuencia (mirando desde la casa hacia los límites de la propiedad): césped, plantas perennes, arbustos bajos, arbustos altos y árboles. Él prefería plantar árboles y arbustos de hoja caduca antes que las coníferas de hoja perenne, ya que crecen justo al contrario de lo que quieren las personas: espacio suficiente como para pasar por debajo. Además las coníferas en invierno toman un color relativamente oscuro, casi tétrico, convirtiendo en todavía más sombrío el aspecto del jardín, mientras que un caducifolio permite que el sol penetre y “caliente e ilumine” el jardín y la casa. Para aquellos que le comentaban que la cobertura de arbustos “caducifolia” era bastante escasa, que no era barrera natural suficiente, les respondía que en invierno uno no se ponía en una tumbona al sol o a celebrar un banquete.
Otro de los elementos característicos de los jardines de nuestro padre era plantar árboles con una silueta especial, natural, no plantas verticales, estiradas, pero sí articuladas, polimórficas, formas inusuales, que conseguía recorriendo los viveros, principalmente del Véneto y la Toscana, al mismo tiempo memorizando y marcando, sabiendo que tarde o temprano le serían útiles para tal o cual obra. A veces eran ejemplares majestuosos y por lo tanto costosos, tanto en términos de compra como en términos de transporte y plantación, pero si la planta le parecía adecuada para el proyecto que estaba haciendo, no paraba hasta agotar las negociaciones y convencer al cliente que eligiera ese árbol.
No cabe duda de que el haber asistido, allá por los años treinta, a la Real Escuela de Agricultura, (la Antigua Escuela de Fruticultura), (en Florencia), especializada en jardinería, horticultura y producción de frutos, que había tenido algunos maestros brillantes y famosos, por encima de todos ellos estaba Pietro Porcinai, y asimismo haber trabajado en su estudio, ha influido mucho en el estilo de los jardines de nuestro padre. También es cierto, sin embargo, que se separa de él tanto profesionalmente como personalmente, con relativa rapidez, aunque en muchos aspectos compartieron historias personales. Seguramente Porcinai siembra en un terreno fértil y receptivo, ya que su familia de origen era experta en floricultura y viveros; pero desde que en 1948 Gorian emigró a América del Sur, el estilo de nuestro padre se personalizó y se apartó cada vez más del de Porcinai, convirtiéndolo en su propio “estilo”.
Mientras Porcinai, cautivado por la escuela alemana de la jardinería, se ve influenciado en gran medida por la cultura clásica italiana (la más evidente y arraigada en él como “buen toscano”), nuestro padre acentúa en cambio una tendencia a la naturalidad, al paisaje romántico. Él, al igual que su maestro principal, habla con fluidez el alemán y está siempre en contacto con el mundo en el que nació el paisajismo, está en la vanguardia, lee y se suscribe a las revistas del sector, como la alemana “Garten und Landschaft” (Jardín y Paisaje), una revista en la que a menudo escribe artículos y con la cual colabora con frecuencia. A partir de estos contactos no sólo recibe novedades, en un campo que entre otras cosas no produce frecuentes revoluciones, sino también inspiración para sus diseños: paisajes dulces, en el que las líneas rectas son corregidas y las abruptas suavizadas, dulcificadas, aprovechando, en la medida de lo posible, elementos ya existentes de forma natural. Se actualiza con frecuencia, introduce nuevos materiales, herramientas específicas de jardinería, revoluciona por ejemplo, a los trabajadores italianos al forzar el uso de una pala de perfil rectangular que mejor se presta a cavar hoyos para la colocación de las plantas.
Pero lo hace convencido de guiar una nave que conoce bien, después de haber tenido en propiedad un vivero en Uruguay y de haber crecido en un ambiente familiar donde el cultivo de las plantas era fuente de sustento y supervivencia. Y gracias a su experiencia convence a los trabajadores que a veces “tragan amargo”, con lo que algunos lo aceptan y otros renuncian.
Pocas personas en Italia, en esos años, dominaban el conocimiento de un gran número y variedad de plantas: las que aplicaron las lecciones aprendidas de la lectura del libro sobre la técnica del color de Goethe, así como de un famoso pintor italiano, conocido en Uruguay, Lino Dinetto. Así combinaba las plantas en función de la compatibilidad de los colores de sus hojas o sus flores, creando manchas de color uniformes y mixtas (el amarillo con el azul, rojo, naranja y así sucesivamente). Con el pintor Dinetto, originario de Padua, nació una profunda amistad tan influyente que el hecho del regreso a Italia (Treviso) desde la aventura sudamericana, se debió precisamente a Dinetto. De hecho, Dinetto regresó en 1960 a Italia, y eligió Treviso al haberla encontrada hermosa y “a su medida artística y humana”. Él alabó la belleza de esta ciudad a su amigo Gorian, que en 1961 fue persuadido para volver a Italia con a toda la familia.
Aquí re-encontró a Porcinai, ya famoso e influyente, con quien volvió a colaborar. Pero el hecho de la distancia, uno en la Toscana, y el otro en la región del Véneto, pero sobre todo el carácter de ambos, poco inclinado al diálogo a lo que hay que añadir una brecha de 13 años, (donde cada uno había crecido profesionalmente, pero por caminos diferentes), conducen inevitablemente a la separación, tanto para los negocios como para lo humano.
Así comenzó su vida profesional en Italia, con total autonomía, pero con una gran experiencia, fruto de su estancia en Uruguay, donde trabajó con muchos arquitectos célebres, como Oscar Niemeyer, brasileño, que murió a los 104 años en diciembre de 2012 (que diseñó el Centro Mondadori de Segrate, el Museo de Arte Niteroi y muchos parques de Brasilia), y Roberto Burle Marx, brasileño también, considerado una de las máximas figuras de América del Sur y autor de numerosas obras que han marcado la historia de la arquitectura del paisaje: los más importantes jardines de la nueva capital, Brasilia, así como un sinnúmero de los grandes espacios verdes de Río de Janeiro.
Se relaciona con varios viveros del Véneto y Friuli, también recibe encargos públicos entre ellos el más importante es permanente, con el municipio de Gorizia, su ciudad natal.
Acompañado de su inseparable cámara fotográfica Mamiya C3, una vez alcanzado el acuerdo con el cliente sobre cómo proceder, se dibuja el plano de la planta de la zona. A éste se sobreponen las imágenes tomadas en una secuencia bien adaptada a la obra, que luego pasaban a su tablero de dibujo, sobre el cual disponía una hoja de transparencias y comenzaba la parte más creativa de la obra: el diseño.
Al cliente también pedía la disponibilidad de planimetrías; o de lo contrario realizaba personalmente el reconocimiento del área y de sus límites, situando todos los obstáculos u otros objetos, como arquetas, postes, zanjas, muros, etc. También se detectaban todas las plantas existentes, si las hubiera, que pudieran constituir un tema de debate. Famosa fue la aversión casi patológica hacia algunas plantas, en la que destacaban los cedros y magnolias, por no mencionar en esta “lista negra” algunas coníferas puestas en fila, como Tuias, Chamaecyparis, o tropicales coma las Palmeras, (en un entorno alpino),etc. Por lo tanto, si la situación lo permitía, procedía a eliminarlas, éstas no podían encontrar un espacio en su concepción del jardín naturalista. Se encendieron casi siempre las disputas y discusiones con el cliente para el cual, normalmente poco ducho en botánica y apreciación del paisaje, eliminar las plantas conocidas por él para sustituirlas por otras desconocidas era sumamente complicado.
Pero la capacidad de persuasión, reforzada por una gran competencia, habilidad y elocuencia, a menudo ganaba y, al final, Gorian convencía al cliente de aceptar las soluciones propuestas por él. De hecho, recurría a su experiencia y su cultura específicas, para cuestionar la idea de que el cliente colocara un ejemplar en ese u otro rincón, donde seguramente no había suficiente agua, luz del sol, o espacio, o armonizaba mal en ese entorno.
En resumen, pacientemente derrumbaba las opiniones de los demás. Pocas veces, digamos, salía derrotado. También porque ya sabía qué plantas tenía en lo que hoy podríamos llamar un “almacén virtual”: recurrir a los viveros de Triveneto (Van den Borre, Curtolo, Viveros al Tagliamento, Porcellato, De Zottis, Benettazzo); él ya tenía el control total de la situación y sabía lo que iba a encontrar en los viveros. Pero, lo que le importaba a él, después de escuchar las preferencias del cliente, sin embargo, fue que no comprometiera la estructura arbórea que tenía en proyecto. Luego cedía un poco en la selección de arbustos, mientras que la elección de plantas perennes la dejaba preferentemente a la “patrona” más que al “patrón”. Lo que él consideraba “la guinda del pastel”. Pero el pastel tenía que ser hecho como él quería.
Gracias también a estos debates, el cliente se daba cuenta de que no podía recurrir más que a él para la supervisión de las obras durante las fases de plantación. Era el objetivo perseguido por el arquitecto Gorian (y no sólo por razones económicas sino también por la pasión que tenía por su trabajo. Pocas veces no conseguía la asignación de los trabajos, entonces puntualmente renegaba de su paternidad). Un ejemplo bastante conocido es el del jardín del nuevo Palacio de Justicia de Treviso (años ochenta), de los cuales Gorian sólo tuvo la tarea de planificar, pero no para guiar la labor de plantación, que lo tuvo de mal humor durante mucho tiempo. De hecho, hay plantas y plantas, incluso si se llaman de la misma manera. Un Roble es, sin duda, un Roble, pero ése Roble quedaba bien allí en ese rincón, y no el otro…
Era evidente a los ojos de Gorian la incapacidad de asimilar un proyecto por quien no lo había vivido y trabajado por dentro, como él lo había vivido y trabajado. No sólo por cuestiones técnicas, sino también por sensibilidad hacia el jardín: ¿cómo iba a tener la capacidad de sentir o interpretar un proyecto un viverista que tenía la única tarea de plantar árboles o arbustos sólo siguiendo las instrucciones establecidas en un proyecto?
A la realización… Pág. 19.
No hay que olvidar que si el proyecto se presentaba al cliente en un plano sobre papel, para Gorian ya era un sujeto que tenía un alma, un sujeto esperando un aliento que le diera la vida. Sólo él podía darle el aliento de la vida, otros no estaban tan involucrados emocionalmente como lo estaba Gorian, que era imposible para otros, que sólo él podía animarlo, sólo él podía hacer la gestión de sus proyectos.
Su enorme experiencia en la industria de los viveros tranquilizaba a los clientes, que quedaban convencidos de estar en buenas manos. Y, de hecho, pocos sabían cómo Gorian combinaba la calidad del suelo y las necesidades de las plantas empleadas, la exposición al sol o el potencial de crecimiento: todos estos conocimientos que quizás están en los libros, pero que Gorian había explorado, desmenuzado, experimentado y aplicado en las últimas décadas de su vida de trabajo activo.
Y llega la búsqueda casi obsesiva en los catálogos alemanes de variedades de plantas, para impresionar a los clientes, para diferenciar su oferta de la de cualquier otro profesional. Sus propuestas eran únicas, exclusivas, tanto así es que los viveristas que trabajaban en el aspecto comercial del jardín y el suministro de las plantas, se volvían locos para localizar las plantas que Gorian les indicaba con gran satisfacción, señalando con el dedo en el catálogo y subrayando con lápiz y tal vez remarcando con puntos de exclamación algún extraño arbusto que nunca habían cultivado antes en Italia. Estas selecciones no las hacía al azar: apoyado en su experiencia encargaba siempre variedades de plantas que se adaptaran al suelo y al clima del lugar donde estaba previsto hacer crecer a sus nuevas “criaturas”.
Finalmente llegaba el momento de la colocación de las plantas. ¡Este era el más temido por los trabajadores!… De hecho, para Gorian, cada nueva planta era un ser con su propia personalidad y por lo tanto, dotada con su propio carácter. Si para un trabajador cualquier posición para colocar la planta era buena, para Gorian esto significaba un proceso, un intercambio íntimo entre él y la planta, algo único: se alejaba, la calibraba, reclinada la cabeza hacia un hombro, se acercaba, volvía a alejarse, volvía a observar, y si luego no estaba satisfecho, hasta la hacía sacar del agujero, la hacía realojar, inclinándola o girándola, a veces asentándola de una manera muy diferente a como lo habían hecho al principio. A continuación, casi como un ritual, el saludo a la planta, tocándola con una especie de cariño, como una caricia en la mejilla. Pero no todo había terminado aquí: sacaba de su bolsillo sus tijeras de podar personales y empezaba a cortar ramas aquí y allá, instando a los trabajadores a continuar, siguiendo la pauta trazada por él a grandes rasgos. Luego afrontaba la labor con otra planta, y la escena se repetía con frecuencia, a veces no sin complicaciones.
De hecho no siempre Gorian estaba satisfecho inmediatamente, no tenía la inspiración justa; Así los trabajadores observaban la escena de este profesional que, según ellos, no se decidía; entonces apoyaban sus manos en el mango de la pala, y luego descansaban el mentón sobre las manos, y el pie en la pala… pero súbitamente una tormenta los despertaba y sacudía y rápidamente se ponían las órdenes de este extraño profesional… ahora la planta estaba lista para ser plantada. Podía también ocurrir que la planta no llegara a la hora establecida, tanto por un simple malentendido con el proveedor, o debido a la elección de ciertos viveristas, de enviar una similar. En este último caso, el camino de vuelta al vivero era inevitable: Gorian no admitía ciertos errores, ni fue cómplice de la astucia de algunos viveristas. Que por cierto, siempre fueron bien recompensados en términos económicos, ya que gracias al arquitecto podían vender ejemplares preciosos, de los cuales lograban buenos márgenes.
Para la realización de algunos trabajos, eran más de uno los proveedores que abastecían de plantas a Gorian, ya que no todos tenían de todo. En algunos viveros, Gorian encontraba los árboles diferentes, únicos, que tanto le gustaban: los torcidos, ondulados, con más copa, especiales y bien diferentes de los estándares que se encuentran hoy en día en los viveros; donde rige “la norma” de las plantas en todo similares entre sí, a menudo distorsionadas en su forma, un poco “como pollos en batería” en una granja: una idea muy lejana de las plantas, de acuerdo con Gorian, que pueden y deben encontrarse en un jardín romántico y naturaliforme de una casa.
Una vez Gorian fue requerido para realizar una consulta en el municipio de Cortina d’Ampezzo y cruzando el Passo Falzárego, el automóvil del municipio se detuvo en un mirador, donde quiso la fatalidad que hubiera una conífera solitaria en la ladera de la montaña. El empleado del municipio declaró: “¡Ese árbol hay que cortarlo, está todo torcido!”, al instante Gorian le replicó: “¡qué hermoso árbol!”
Anécdotas similares podríamos relatar muchas. Su punto de vista a menudo descolocaba a su interlocutor, como en el ejemplo anterior de la conífera; él tenía conceptos estéticos muy avanzados para su época. Grande fue su satisfacción cuando, en España (Parque Municipal de L ´Eliana-Valencia), se encontró con un árbol, parte de una plantación reciente del parque, que fue elegido debido a su forma y porte ciertamente atípicos y poco funcionales para la cultura de un vivero, pero muy espectacular observado desde un punto de vista arquitectónico. Por lo tanto, cuando recorría algún vivero en busca de ejemplares potencialmente útiles para su actividad, seleccionaba los elementos que marcaba con un lazo de cinta (esto era una señal clara para el viverista: esta planta no se toca, es de Gorian, sabiendo con certeza que tarde o temprano la iba a vender). Estos árboles o arbustos eran, para el conocimiento común, plantas para ser desechadas, pero de excelentes resultados para el arquitecto.
Dedicaba todo el tiempo necesario para la dirección del proyecto, no quería jugarse su reputación. No permitía que una interpretación incorrecta o errónea de su proyecto pusiera en peligro su obra artística. Así que siempre que podía estaba presente, aprovechando al máximo cada actividad, incluso teniendo en cuenta el hecho de que el clima mandaba: el mal tiempo significaba no poder cargar las plantas en el vivero, ralentizar el transporte, impedir la plantación, no poder sembrar el césped, no poder usar las máquinas agrícolas pesadas que se hundirían en el barro, además del efecto negativo de compactar el suelo. Pero la presencia de Gorian significaba para el cliente la obtención de un resultado final de calidad. El haber sido el jefe del proyecto y la plantación, aseguraba a los clientes que durante unos años Gorian se presentaría periódicamente en ellos para ayudar y aconsejar y, si fuese necesario, indicar al viverista si había que reemplazar alguna planta muerta, lo que reducía los costos y aceleraba el tiempo de compensación.
En sus últimos años de su actividad (hacia los ochenta años), se llevaba su pequeña silla plegable (silla de director) y se sentaba para coordinar desde allí la siembra o la plantación. Algunas personas de su confianza muchas veces lo recogían y luego lo retornaban a casa al final del día.
Algunos trabajos no pudo volver a supervisarlos, otros no los pudo concluir, dejando al cliente en la incertidumbre: en la noche del 9 de diciembre de 1995, la experiencia terrenal de Ferrante Gorian terminó.
Pero si pudiera volver a la tierra…
©® Traducido al español por Alberto Gorian.(Valencia-España)-julio de 2013.
Revisado y corregido por Prof. Vicen Cerveró.